La otra noche llego a casa y encuentro a mi hermana enjugándose algunas lágrimas. "Celia Cruz ha muerto", me dice muy apenada. No podía creerlo. No quería creerlo. Una mujer de vitalidad abundante, tan generosa para contagiar alegría, como Celia, no puede, no debe morir, pensé. Pero, efectivamente, al día siguiente todos los periódicos informaron en portada la muerte de la Reina del Guaguancó.
Mientras escribo estas líneas escucho los viejos LP de mis padres con los que aprendí a escuchar a la gran Celia. Y recuerdo también las grandes rumbas que se armaban en mi barrio del Callao al son de "Juancito Trucupey" y "Sopa en botella", que interpretaba con voz inigualable la Guarachera de Cuba. Era muy pequeño y solía meterme entre las piernas de los bailadores.
Aquéllas fueron las fiestas más grandiosas que he conocido. Los bailadores movían magistralmente caderas y hombros, con una envidiable sonrisa en sus rostros, al compás de esa música mágica que llegaba de Cuba. Todos gozaban y dejaban a sus cuerpos disfrutar libremente con las canciones de Celia y la Sonora Matancera. La rumba se prolongaba hasta el amanecer y horas después los niños volvíamos al lugar del baile en busca de alguna moneda perdida.
Así, de un modo inconsciente y divertido, aprendimos a conocer a Celia Cruz. Cuando nuestros padres salían, sacábamos el viejo tocadiscos y poníamos los LP para escuchar a esa morena delgada y guapa que aparecía en las portadas. Así fuimos memorizando la letra de sus canciones y jugábamos a repetirlas con la mayor fidelidad.
Con el paso del tiempo me enteré que la Sonora Matancera se había disuelto hace muchos años y que algunos de sus integrantes habían fallecido. Rogelio, Laíto y Caíto, personajes míticos que sólo conocía por la voz de Celia, estaban ya retirados de la música. ¡Cuánto hubiera dado por escucharlos tocar en vivo! Afortunadamente, Celia siguió cantando y abandonó la vieja guaracha cubana para incursionar en la salsa, acorde con los nuevos tiempos.
Tocó con Willy Colón, Johnny Pacheco y la Sonora Ponceña de Puerto Rico. El cambio fue notable, pero ella supo mantener el sabor y la sandunga de su Cuba natal. El estilo fresco e irreverente de sus interpretaciones conquistó a una nueva generación de latinoamericanos que quedó encandilado con la gracia espontánea de la gran dama cubana. Su célebre grito ¡Azúcar! ha soportado el paso del tiempo y es repetido por los jóvenes en este siglo XXI.
Durante 40 años, la música de Celia hizo bailar a millones de personas en todo los continentes. Su voz y su encanto personal conquistaron a un mundo que conoció, a través de sus canciones, el encanto rítmico de América Latina. Sin temor a exagerar podemos decir que la Reina de la Salsa constituye uno de los mayores aportes musicales de nuestra América a la cultura universal.
Hoy Celia descansa en paz. Con ella se marcha una de sus voces más prominentes de América y del mundo. En estos momentos la Reina del Guaguancó, junto con Benny Moré, Ismael Miranda, Héctor Lavoe y Compay Segundo están armando una gran rumba allá arriba. Para deleite de Ochún, Yemanyá, Babalú ayé y otras divinidades, a quienes en vida dedicaron sus canciones. Pero no hay que llorar, "porque la vida es un carnaval".
*Publicado en el diario Expreso el 17 de julio del 2003.