Sunday, February 02, 2014

Entre diablos y máscaras



El maestro Edwin Loza Huarachi (Puno, 1947) ha sido danzante de La diablada durante más de veinte años.

-Cinco años como diablo y quince como ángel- nos advierte.

Su pasión por las máscaras se inició en Rosaspata, actual provincia de Moho, donde su padre era director del Núcleo Escolar Campesino. Allí aprendió a fabricar las mascaritas para las Tanta wawas (figuras de pan) a partir de un modelo desarrollado en arcilla.

Años después, cuando su hermano Dino fue seleccionado para bailar con los Sicuris del Barrio Mañazo, lo acompañó a la casa del famoso caretero Kar Kar Velásquez, para que le tomara las medidas y le fabrique una máscara.

Kar Kar preparó la masa delante de ellos y el joven Edwin se sorprendió al ver que era igual a la que le enseñaron en Rosaspata. Eso le demostró que podía aplicar la misma técnica para hacer caretas más grandes y así se convirtió en restaurador y creador de máscaras.

Como danzante en la Diablada Porteño absorbió, durante veinte años, toda la tradición, las leyendas e historias del Altiplano. Pero sobre todo, logró conocer los secretos de las máscaras de todos los bailarines.

Ahora Edwin Loza posee una forma muy personal de realizar sus trabajos. Utiliza materiales reciclables: papel, aserrín, yeso y cola. Con ellos ha logrado una masa muy liviana que conserva un peso proporcional y le permite al bailarín mantener la postura adecuada.

En su taller del jirón Carabaya, en Puno, guarda muchas máscaras de diablos, morenos y chinas diablas. Las más antiguas, fabricadas exclusivamente de yeso, pertenecen al Instituto Americano de Arte y están en proceso de restauración.

Sus máscaras gozan de reconocimiento nacional e internacional y recientemente ha participado en el festival Kaypi Perú, en Washington. Incluso ha expuesto en el prestigioso Instituto Smithsonian.

¿Cómo se siente ante tantos diablos?

-Este no es del diablo –nos aclara. De acuerdo a sus investigaciones, este personaje de nariz protuberante y cuernos largos no es el demonio, sino el dios de las minas.

La confusión surgió con los españoles en el siglo XVI, al ver que los indios, antes de entrar a las minas, bailaban una danza cubiertos con una máscara similar a la cabeza del venado. Era una danza ritual para pedir permiso al Jarjancho y poder sacar los minerales. Pero los españoles identificaron la danza con el diablo.

Este Amauta de la Artesanía Peruana cree que la tradición de La Candelaria crecerá y por ello, en los próximos años, Puno necesitará mano de obra calificada que sea capaz de cubrir las demandas de los conjuntos participantes.

La primera vez que bailó lo hizo en la Plaza de Armas de Puno. En aquel entonces los concursos se realizaban en el pequeño atrio y participaban 12 o 13 conjuntos. Ahora La Candelaria recibe a más de 250 elencos y se realiza en el estadio.

Su sueño más preciado es crear un taller de máscaras en cada barrio de Puno. Solo así el tradicional concurso podrá conservar el colorido y la vistosidad que han convertido a Puno en la Capital Folclórica de América.




(Publicado en el libro "Manos que hablan". Prima AFP, 2012)