A menudo se suele relacionar la liberación de la mujer con los movimientos feministas de fines del siglo XIX y principios del XX, cuyo principal objetivo era lograr el derecho al sufragio femenino.
Otros sostienen que el punto de quiebre en las luchas feministas se dio en 1949 con la publicación de El segundo sexo. En este libro, Simone de Beauvoir realiza un profundo análisis sobre el papel de las mujeres en la sociedad y la construcción del rol y la figura de la mujer,
En el siglo XVII, sin embargo, Cervantes ya incluye en El Quijote un personaje femenino que se atreve a autoafirmarse, a defenderse contra las críticas y reclama su libertad. En efecto, la pastora Marcela sostiene que tanto el hombre como la mujer poseen alma y por consiguiente son libres de elegir.
Cervantes narra la historia de Grisóstomo, un joven estudiante de Salamanca que se enamora de la joven Marcela y decide convertirse en pastor para estar cerca de ella y conquistar su amor. La muchacha, sin embargo, no corresponde a sus sentimientos y lo trata con desdén. Decepcionado por este rechazo, Grisóstomo se quita la vida.
En el pueblo todos culpan a Marcela por el fatal desenlace, pero ella se defiende con un discurso que, en nuestros días, tranquilamente puede ser leído como un manifiesto feminista o post feminista:
Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama ... Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? … Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino?
… Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. … El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. … Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro.